con apenas seis o siete años todo está bajo sospecha. sobre todo si está en juego la verdadera identidad de los reyes magos. el rumor olía y salía permanentemente de la boca de mi hermano mayor y de mis compañeros de clase más desarrollados. pero para eso estaban mis padres. para equilibrar la balanza frente a tanta pregunta impertinente con argumentos que lograban sostener a la inocencia un año más.
con el paso del tiempo, y con algún conocimiento de causa, he conseguido ver a mi padre a principios de los años ochenta con su renault 14 gts ‘diseño vivo’ sacando horas extras de donde no las había mientras la empresa en la que trabajaba se partía por la mitad. sin saber si cobraría ese mes, con una hipoteca como un demonio, pagando un alquiler en otra provincia, el colegio privado y un coche blanco con forma de huevo. pero ahí lo veo. sin calculadora. con sus gafas oscuras, con una mano en el volante mientras la otra sostiene un abuso en forma de carta firmada por tres energúmenos insaciables.
qué infierno viviría aquella mañana de compras, previa a la noche de reyes, para que este santo varón irrumpiera sudando, desencajado, en nuestra habitación justo cuando mis hermanos y yo jugábamos a partirnos la boca. “tenéis razón. los reyes son los padres. así que poneos los zapatos y acompañadme al coche. ¡porque yo no puedo con todas las bicicletas!”, dijo sin pestañear. recuerdo esas palabras y un posterior silencio que nos alivió a todos hasta que salimos del ascensor. mi siguiente recuerdo es una motoreta roja de sillín largo. un verdadero mito.
con el paso del tiempo, y con algún conocimiento de causa, he conseguido ver a mi padre a principios de los años ochenta con su renault 14 gts ‘diseño vivo’ sacando horas extras de donde no las había mientras la empresa en la que trabajaba se partía por la mitad. sin saber si cobraría ese mes, con una hipoteca como un demonio, pagando un alquiler en otra provincia, el colegio privado y un coche blanco con forma de huevo. pero ahí lo veo. sin calculadora. con sus gafas oscuras, con una mano en el volante mientras la otra sostiene un abuso en forma de carta firmada por tres energúmenos insaciables.
qué infierno viviría aquella mañana de compras, previa a la noche de reyes, para que este santo varón irrumpiera sudando, desencajado, en nuestra habitación justo cuando mis hermanos y yo jugábamos a partirnos la boca. “tenéis razón. los reyes son los padres. así que poneos los zapatos y acompañadme al coche. ¡porque yo no puedo con todas las bicicletas!”, dijo sin pestañear. recuerdo esas palabras y un posterior silencio que nos alivió a todos hasta que salimos del ascensor. mi siguiente recuerdo es una motoreta roja de sillín largo. un verdadero mito.
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